domingo, 18 de octubre de 2009

· Terciopelo azul


Estas canciones están fuera de un estilo. Son estándars de Jazz, pero han trascendido su ámbito original para convertirse en clásicos de la música sin más.



Hay figuras de relumbrón dentro del estilo, que consiguen la versatilidad suficiente como para improvisar, que viene a ser la esencia del Jazz, y a la vez consiguen la atemporalidad o una suerte de canon inmarchitable, dejando una interpretación soberbia e inigualable de una composición, que pese a su “convencionalismo” aparente, es algo que trasciende épocas sin inmutarse por el paso del tiempo.


Para mí, están asociadas en el subconsciente, a una época que no viví, pero que tiene todo el regusto de algo vibrante, que estaba cociendo aperturas posteriores. Desde el primitivo Gospel de Louisiana y el blues pantanoso del delta, Chicago, Detroit, y la ciudad fascinante que es la N.Y. de Woody Allen en sus primeras peliculas.


 Las asocio también a mujeres fatales y tipos duros, antros cargados de humo y de jazz sudado de New Orleans antes del diluvio o Chicago con ajustes de cuentas. A negros cool y a negros artistazos. A literatura realimentado música y música alimentando literatura. A estilismo elegante mezclado con callejones oscuros llenos de basura y ratas. A Beatniks a toda pastilla cruzando el continente por la R66. A José Luis Alvite y sus crónicas en el Saboy. A un espejismo de ultramar que idealizamos a través de las películas del cine negro y Lauren Bacall (la flaca) con el eterno Bogart.
Una época donde esta música brilló con luz propia y que sigue reflejándose en nuestros días.

       

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