Hay figuras de relumbrón dentro del estilo, que consiguen la versatilidad suficiente como para improvisar, que viene a ser la esencia del Jazz, y a la vez consiguen la atemporalidad o una suerte de canon inmarchitable, dejando una interpretación soberbia e inigualable de una composición, que pese a su “convencionalismo” aparente, es algo que trasciende épocas sin inmutarse por el paso del tiempo.
Para mí, están asociadas en el subconsciente, a una época que no viví, pero que tiene todo el regusto de algo vibrante, que estaba cociendo aperturas posteriores. Desde el primitivo Gospel de Louisiana y el blues pantanoso del delta, Chicago, Detroit, y la ciudad fascinante que es la N.Y. de Woody Allen en sus primeras peliculas.
Las asocio también a mujeres fatales y tipos duros, antros cargados de humo y de jazz sudado de New Orleans antes del diluvio o Chicago con ajustes de cuentas. A negros cool y a negros artistazos. A literatura realimentado música y música alimentando literatura. A estilismo elegante mezclado con callejones oscuros llenos de basura y ratas. A Beatniks a toda pastilla cruzando el continente por la R66. A José Luis Alvite y sus crónicas en el Saboy. A un espejismo de ultramar que idealizamos a través de las películas del cine negro y Lauren Bacall (la flaca) con el eterno Bogart.
Una época donde esta música brilló con luz propia y que sigue reflejándose en nuestros días.
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